Introducción al tema:
Las psicopatologías de la imaginación y
las de la percepción constituyen temas centrales para la investigación
psicopatológica, además de representar, en algunos casos, signos casi
inequívocos de trastorno mental para el lego. Las razones son varias: por un
lado, porque los fenómenos que abarcan, como por ejemplo las alucinaciones,
suelen ser extraordinariamente llamativos y extraños; por otro, porque en
muchos casos estos fenómenos conllevan anomalías en una de las habilidades
mentales más complejas y discutidas: la imaginación; y por último, porque se
imbrican, además de con la imaginación, con uno de los procesos o funciones
mentales más importantes para la supervivencia y la adaptación de los seres
vivos: la percepción.
-La percepción,
es la manera que percibimos el ambiente y sus infinitas variables por medio de
los sentidos, al si se le permite mezclarse de manera errónea con la imaginación (que es la Facultad humana para representar
mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen en la
realidad o que son o fueron reales pero no están presentes), mediante
trastornos o enfermedades de cualquier tipo, pueden producir alucinaciones,
delirios y otros síntomas resultantes de dicha mezcla errónea. Generalmente
usamos la unión de nuestra percepción e imaginación para pensar en las
posibilidades de lo que puede o pudo pasar o impulsar nuestra creatividad, pero
las psicopatologías de este aspecto, fácilmente nos hacen perder control de
ambos, y por la tanto el entendimiento a nuestra realidad. En este tema veremos
unos cuantos de y como nos pueden afectar. Continuando…
Asumimos la idea de que la percepción no
implica una mera copia de la realidad, sino un proceso constructivo, mediante el que se interpretan los
datos sensoriales (Neisser, 1981). En definitiva, estamos de acuerdo con el
supuesto de que la percepción es un proceso
fundamentalmente psicológico, entendiendo por tal la interpretación activa que
hace el individuo de aquello que están captando sus sentidos; y esa
interpretación se fundamenta a su vez en las experiencias previas, las
expectativas y las predisposiciones personales. La percepción es «una aprehensión
de la realidad a través de los sentidos (...), un proceso sensocognitivo en el que las cosas se hacen manifiestas como tales
en un acto de experiencia. Tal experiencia no es, por otra parte, un reflejo pasivo
de la acción estimular ni una captación puramente figura de los objetos:
percibir entraña un cierto saber acerca de las cosas percibidas y sus
relaciones» Pinillos (1975).
La ilusión es un ejemplo claro de que la
percepción no está determinada «objetivamente»,
o mejor, no está solamente determinada por las características físicas
del estímulo a percibir: en el proceso perceptivo el organismo reacciona a los
estímulos sobre la base de (o condicionado por) sus pre disposiciones,
expectativas y experiencias previas. No
existe ninguna percepción en la que
no intervengan elementos subjetivos o de experiencia, además de los
factores sensoriales.
Lo extraño es que percibamos los objetos
«fuera», cuando el
procesamiento, que es nuestra experiencia inmediata, ocurre «dentro». Sin embargo,
otras clases de experiencias, tales como Los sueños, la imaginación o el pensamiento,
las experimentamos «dentro». Por
tanto, tan importante como averiguar por qué decimos que ciertas experiencias
tienen su fuente de actividad «fuera de
nosotros», es saber por qué en otros casos, como por ejemplo cuando
soñamos, o cuando imaginamos, o cuando pensamos, decimos que su fuente somos «nosotros
mismos».
Así pues, asumimos que en el proceso perceptivo intervienen el juicio y la interpretación. Y esto implica también que las inexactitudes perceptivas y los engaños o errores sensoriales son tan normales como lo contrario, al menos en términos de probabilidad (Slade y Bentall, 1988). Este tema trata precisamente de los errores perceptivos, los engaños sensoriales y los falsos juicios de realidad que en ocasiones realizamos sobre lo que son, sencillamente, imágenes mentales. Lo que ya no resulta tan sencillo es explicar por qué se producen esos errores y cómo y cuándo se realizan esos juicios. Y menos sencillo es, si cabe, explicar cómo y por qué se producen las imágenes mentales, e incluso si existen como productos mentales diferentes y sometidos a reglas particulares e idiosincrasias. En definitiva, este capítulo versa también sobre un conjunto de experiencias mentales relacionadas con una de las modalidades más interesantes y polémicas de representación mental: las imágenes.
Puede decirse que existen
dos grandes opciones teóricas marcadamente antagónicas sobre el modo de abordar
las imágenes mentales: una primera opción, de naturaleza dualista,
defiende la existencia de un código representacional específico para el
procesamiento de imágenes mentales y otro para el procesamiento proposicional.
Representantes característicos de este planteamiento son, por ejemplo, Alan
Paivio y, sobre todo, Stephen Kosslyn. Frente a ellos, se alzan las voces de
autores como Zenon Pylyshyn, que abogan por un planteamiento reduccionista
o uniforme, según el cual solamente es
científicamente admisible la existencia de un único formato para las
representaciones mentales, que subyace tanto a «las palabras» como a «las
imágenes», y cuya naturaleza es fundamentalmente proposicional y abstracta
(elaboramos representaciones mentales de significados y no de palabras concretas).
Este planteamiento es, como señala De Vega (1984), beligerantemente opuesto a
la utilidad explicativa del constructo de imagen para la moderna psicología
cognitiva puesto que, según se argumenta, las llamadas imágenes mentales se
pueden tratar simplemente como proposiciones.
No es nuestra intención
polemizar sobre este complejo intrincado problema. Pero lo cierto es que, desde
nuestro punto de vista, existen ciertas experiencias mentales anómalas, que son
las que aquí vamos a comentar, que no serían explicables sin aludir a la
existencia de las imágenes mentales y su equivalencia funcional y estructural
con la percepción. Su construcción no depende solamente de la información
sensorial previa, sino que también recurre a la información semántica o descriptiva, en
el sentido de que podemos elaborar combinaciones nuevas de imágenes a partir de
descripciones verbales, o podemos ampliar una imagen, añadirle detalles, etc.,
a partir de información verbal (Kosslyn, 1980).
Veamos, pues, qué tipo de
experiencias mentales, más o menos anómalas y no necesariamente mórbidas o
reveladoras de un trastorno mental diagnosticable, son explicables recurriendo
al constructo psicológico de imagen mental. Comenzaremos por realizar una
clasificación de los fenómenos mentales anómalos que son explicables
desde el proceso perceptivo y/o desde el imaginativo, para pasar
después a describir con más detalle las características psicológicas y psicopatológicas
de esos fenómenos, incluyendo allí donde sea posible información relevante
sobre las explicaciones o teorías psicológicas de que disponemos actualmente
para intentar comprenderlos.
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