A.
ANOMALÍAS EN LA
PERCEPCIÓN DE LA INTENSIDAD DE LOS ESTÍMULOS
En este grupo se incluyen las anomalías que se producen
en la intensidad con la que solemos percibir los estímulos. Estas anomalías
pueden producirse tanto por exceso como por defecto a lo largo de un continuo:
en el primer caso se califican como hiperestesias
y en el segundo como hipoestesias.
La ausencia absoluta de percepción de la intensidad
estimular se denomina anestesia.
Una modalidad especial la constituye la percepción de la
intensidad de los estímulos que causan dolor: en este caso se habla de hiperalgesias versus hipoalgesias, en donde la ausencia total de percepción de dolor se denomina
analgesia.
Sabemos que la intensidad con la que percibimos los estímulos,
como por ejemplo la luz, depende no sólo del propio estímulo luminoso, sino
también de otros muchos factores, tales como el cansancio, la habituación, el
nivel o la intensidad estimular previa, o las propias características y estado
de nuestros órganos sensoriales, entre otros.
Por lo tanto, la intensidad con la que podemos percibir
un determinado estímulo en un momento dado no es simplemente una cuestión de
todo o nada, sino que depende de una multiplicidad de factores externos al
individuo (características del estímulo), pero también internos a él (o sea,
las características del propio organismo receptor).
En este sentido, puede hablarse de un continuo o
dimensión de percepción de la intensidad de los estímulos, que varía como
consecuencia de:
a) las características
del estímulo a percibir
b) el contexto o
el momento en que se produce la percepción
c) el sujeto que
percibe (el receptor).
Según lo anterior, puede parecer un sinsentido hablar de anomalías
en este ámbito, ya que admitimos la existencia de un continuo de intensidad de
la percepción. Sin embargo, existen ciertas situaciones en las que sí que
podemos hablar de tales anomalías, especialmente cuando una persona califica
como exagerada o como mínima la intensidad de un estímulo que está al alcance
de sus sentidos, a pesar de que otras personas que se hallan en la misma
situación o momento dicen percibirlo con una intensidad normal, o al menos con
la que habitualmente se suele percibir ese estímulo concreto. Por lo tanto, son
las características del receptor, y no las del contexto o las del estímulo, las
que probablemente se hallan aquí alteradas.
La anomalía puede tener origen neurológico, o guardar
relación con una alteración transitoria de los órganos sensoriales —como sucede
en ciertos estados tóxicos—, o bien puede ser de origen funcional —como ocurre en
muchos trastornos mentales—. En este último caso, la alteración sería
claramente de naturaleza perceptiva, ya que tanto los receptores neurales como
los sensoriales funcionan correctamente o dentro de los límites de la
normalidad.
Así, la intensidad de las percepciones puede verse
alterada en trastornos mentales complejos, como las depresiones, y se manifiesta
mediante quejas sobre la incapacidad para «sentir» o notar los sabores, los
olores, los sonidos, etc. («Todo me sabe igual»).
Otros pacientes
pueden presentar hiperacusia, es decir, quejarse de que todos los sonidos que escuchan son
exageradamente altos; incluso una conversación en voz baja puede resultar intolerablemente
ruidosa. Esta alteración es frecuente no sólo en los trastornos afectivos o del
estado de ánimo, sino que también puede aparecer asociado a un trastorno de
ansiedad, a migrañas, o en estados tóxicos, tales como la ingestión aguda de
alcohol.
Asimismo, en algunas esquizofrenias, en los estados
maníacos y en éxtasis producidos como consecuencia de la ingestión de ciertas
drogas pueden producirse hiperestesias visuales, en las que los colores parecen
mucho más intensos y vívidos de lo normal.
Otro ejemplo, especialmente para el caso de las algesias,
lo constituyen las histerias de conversión o disociativas, en donde la persona
no da muestras de sentir dolor a pesar de que se le aplique algún estímulo que
lo produzca. Pero también pueden presentar los síntomas opuestos, como por
ejemplo hiperalgesias o hiperestesias referidas al dolor, cuyo carácter suele
ser discontinuo y cambiante, lo que suele servir para distinguirlas de otras
hiperalgesias de origen orgánico.
Así pues, estos pacientes pueden presentar una amplia
variedad de síntomas relacionados con anomalías en la percepción de la
intensidad estimular: desde anestesias hasta hiperalgesias y dolor psicógeno,
sin que existan causas orgánicas que lo justifiquen.
En todo caso, es importante tener en cuenta que muchas enfermedades
de origen neurológico, y por lo tanto con una etiología claramente orgánica,
cursan con alteraciones de este tipo, por lo que debemos ser cautos a la hora
de aplicar un diagnóstico de «trastorno funcional» (esto es, sin causa orgánica)
ante la aparición de distorsiones de este estilo.
B. ANOMALÍAS EN LA PERCEPCIÓN DE LA CUALIDAD
Van asociadas en muchas ocasiones a las anteriores y
hacen referencia sobre todo a las visiones coloreadas, a los cambios en la
percepción del color de los objetos y a la mayor o menor nitidez y detalle de
las imágenes.
Por lo general, estas anomalías están provocadas por el
uso voluntario o inducido de ciertas drogas, como la mescalina, y/o de
medicamentos, como la digital, así como por lesiones de naturaleza neurológica.
Pero también pueden aparecer en trastornos mentales, como las esquizofrenias o
las depresiones: por ejemplo, un paciente esquizofrénico puede quejarse de que
todo lo que come está amargo, o de que las flores huelen a excrementos; y un
depresivo puede decir que todo «lo ve» (en el sentido de que lo experimenta o
lo vive) negro, opaco o sin color. Sin embargo, si le pedimos que enumere los
colores de un cuadro, los identificará correctamente.
De nuevo, en este tipo de casos nos hallamos frente a un
correcto funcionamiento de los órganos sensoriales: es la percepción del mundo
la que está alterada en este paciente (Gelder, Gath y Mayou, 1989; Sims, 1988).
C. METAMORFOPSIAS: ANOMALÍAS EN LA PERCEPCIÓN DEL TAMAÑO
Y/O LA FORMA
Se trata de distorsiones en la percepción visual de la
forma (dismorfopsias) y/o del tamaño (dismegalopsias) de los objetos. Dentro de estas últimas se distingue
entre micropsias y macropsias (o megalopsias), en las que los objetos reales se perciben, respectivamente,
a escala reducida (o muy lejanos) o a escala aumentada (o muy cercanos).
Cuando estas distorsiones se refieren al propio cuerpo
reciben el nombre de autometamorfopsias (Scharfetter, 1977). La persona suele ser consciente de las
anomalías que está experimentando, y sus reacciones emocionales ante la
experiencia varían enormemente, pues pueden ir desde el agrado hasta el terror
y la ira. En la mayor parte de las ocasiones, las metamorfopsias se asocian a
distorsiones en la percepción de la distancia: por ejemplo, un paciente puede ver
sus propios pies mucho más grandes de lo que en realidad son y a una distancia
mayor de la normal.
Todas estas anomalías se presentan en una amplia gama de
situaciones: desde los trastornos neurológicos (tales como la epilepsia o los producidos
por lesiones en el lóbulo parietal, o en estados orgánicos agudos) hasta como
consecuencia de los efectos de determinadas drogas (por ejemplo la mescalina).
Sin embargo, son muy poco frecuentes en los episodios agudos de esquizofrenia y
en los trastornos neuróticos (Sims, 1988).
D. ANOMALÍAS EN LA INTEGRACIÓN PERCEPTIVA
Se trata de anomalías poco frecuentes, que a veces
aparecen en los estados orgánicos y en la esquizofrenia. El paciente parece
incapaz de establecer los nexos que habitualmente existen entre dos o más
percepciones procedentes de modalidades sensoriales diferentes. Por ejemplo, un
paciente que está viendo la televisión experimenta la sensación de que existe
una especie de «competición», e incluso un conflicto, entre lo que oye y lo que
ve, como si ambas sensaciones no tuvieran nada que ver entre sí, o como si
vinieran de fuentes de estimulación diferentes, y lucharan entre sí por atraer
su atención. Las conexiones entre ambas modalidades sensoriales (auditiva y
visual) han fracasado o no se han establecido correctamente, y por ello la
persona tiene la sensación de que proceden de fuentes diferentes y de que
atraen al mismo tiempo sus recursos atencionales (Sims, 1988).
En estos casos estamos ante un ejemplo de lo que se
denomina escisión perceptiva, en la que el objeto percibido se desintegra en fragmentos
o elementos. Además de ejemplos como el que acabamos de comentar, las
escisiones pueden ceñirse sólo a las formas (morfolisis), o a la disociación entre color y forma (metacromías).
El fenómeno opuesto a la escisión se denomina aglutinación, y
consiste en que las distintas cualidades sensoriales se funden en una única
experiencia perceptiva. En este caso, el paciente parece incapaz de distinguir
entre diferentes sensaciones. Una forma especial de integración es la sinestesia, una
asociación anormal de las sensaciones en la que una sensación se asocia a una
imagen que pertenece a un órgano sensorial diferente. Un ejemplo sería la
audición coloreada, es decir, «ver»
colores cuando se escucha música.
E. ANOMALÍAS EN LA ESTRUCTURACIÓN DE ESTÍMULOS AMBIGUOS:
LAS ILUSIONES
La ilusión puede conceptualizarse como una distorsión
perceptiva en la medida en que se defina como una percepción equivocada de un objeto concreto. Esto equivale a
admitir que las ilusiones son perceptos que no se corresponden con las
características físicas objetivas de un estímulo concreto.
Desde una perspectiva psicológica clásica, las ilusiones
son el resultado de la tendencia de las personas a organizar, en un todo significativo, elementos
más o menos aislados entre sí o con respecto a un fondo. La ilusión de
Müller-Lyer, las ilusiones por contraste, o las figuras reversibles, son
ejemplos típicos de ilusión, ampliamente estudiados por la psicología experimental.
Por su parte, la vida cotidiana nos ofrece abundantes
ejemplos de experiencias ilusorias: cuántas veces hemos creído ver a un amigo al
que estamos esperando en la puerta del cine y, al acercarnos con nuestra mejor sonrisa,
o al darle un golpecito en la espalda, nos damos cuenta del error. O quién no
ha escuchado alguna vez pasos detrás de uno al caminar por una
solitaria y oscura callejuela. Y quién de nosotros es capaz de no ver la
paloma que sale de la bocamanga del prestidigitador.
Como señala Reed (1988), en todos estos casos podemos
encontrar ciertos elementos comunes: por un lado, una cierta predisposición personal
a interpretar la estimulación en un sentido y no en cualquiera de los otros
posibles; y por otro, la ambigüedad o falta de definición clara de esa
estimulación que estamos recibiendo y/o de la situación en la que se produce.
Así pues, lo que en realidad parece suceder en estas experiencias que calificamos
como ilusiones es que los estímulos que estamos realmente percibiendo se
combinan con una imagen mental concreta.
Un tipo especial de ilusión es la pareidolia, en la cual el individuo
proporciona una organización y significado a un estímulo ambiguo o poco
estructurado: ejemplos de pareidolia son las caras que vemos dibujadas en el
perfil de una montaña o en las llamas que surgen de una chimenea. Natural mente,
las pareidolias no son en absoluto patológicas (quizá lo sería la incapacidad
para formarlas), y en este sentido constituyen un magnífico ejemplo de lo que
constituye una experiencia mental anómala, en la que el término «anomalía » no
implica patología, enfermedad o morbidez. Otro ejemplo sería la sensación de presencia denominada así por Reed (1988) para hacer referencia a
una especie de «sexto sentido», que conlleva una experiencia senso-perceptiva
compleja. En este caso, la persona tiene la sensación de que no está sola,
aunque no haya nadie a su alrededor, ni sea capaz de identificar claramente
algún estímulo que apoye esa sensación, tal como una voz, una música o
cualquier otro signo similar.
Este fenómeno es extraordinariamente frecuente en ciertas
situaciones vitales, tales como el cansancio físico extremo o la soledad
acompañada de disminución drástica de estimulación ambiental. Pero también puede
aparecer asociado a estados de ansiedad y miedo patológicos, a esquizofrenia, a
histeria y a trastornos mentales de origen orgánico.
Téngase en cuenta que los estados emocionales intensos
constituyen una causa fundamental para la aparición de ilusiones. Así, por
ejemplo, en un estado delirante agudo el umbral perceptivo es más bajo de lo
normal y el paciente se encuentra aturdido, ansioso, activado, etc., todo lo
cual le predispone a experimentar ilusiones.
Según Hamilton (1985), las ilusiones tienen cierta
importancia diagnóstica al menos por tres motivos. En primer lugar, por su
probable asociación con otros signos y síntomas; en segundo lugar, porque son
indicativas de un estado emocional elevado; y finalmente, porque pueden alertar
al clínico acerca de la existencia de una base etiológica para la falta de claridad
perceptiva, si es que no están presentes causas obvias de oscuridad ambiental,
por ejemplo, o de adormecimiento.
En todo caso, es importante recalcar que las ilusiones
son el producto de una combinación entre predisposiciones internas o subjetivas
(deseos, motivos, expectativas, emociones, cansancio, etc.) y externas
(características físicas del estímulo, contexto o fondo en que se produce,
etc.). Y en gran medida se pueden concebir como identificaciones y/o
interpretaciones nuevas —como reconstrucciones— de estímulos que se hallan
presentes y al alcance de los sentidos (Reed, 1988). Una vez examinadas las distorsiones
perceptivas vamos a dedicar el resto del capítulo a los engaños perceptivos,
que tradicionalmente constituyen el apartado más importante de las
psicopatologías de la percepción, tanto por el valor diagnóstico que poseen
como por la complejidad que revisten.
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